Dr. Manuel Fernández H.
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Obviamente estas proposiciones
resultaban para su época utópicas. El pensar en categorías casi comunitarias y
semejantes a un claustro resultaba tan ajeno a la realidad que ellas quedaron
en el olvido; sin embargo, se puede reconocer en el posterior desarrollo de la
planificación urbana, el espíritu de esta idea.
La realidad de la gran ciudad en la
mitad del siglo XIX era muy distinta: déficit habitacional, miseria, alta
densidad, falta de áreas libres, condiciones higiénicas primitivas. La caracterización
de Dickens (5) sobre la Coketown, las imágenes de
Dore de Londres, los informes de Engels sobre las clases trabajadoras en
Inglaterra (6), aclaran la
situación.
El desarrollo urbano entregado al
libre mercado o a los mecanismos del libre mercado no seguía ningún principio
de orden básico. Las decisiones constructivas y de desarrollo urbano calculadas
a corto plazo, y motivadas desde la empresa privada, sobre lotes individuales,
conducían a inversiones a largo plazo, que en muchos casos estaban en abierta
contradicción con una estructura urbana -económica coherente- para la cual
faltaba todo concepto.
Obviamente había algunos casos
ejemplares como la Ring
Strasse de Viena o la Renovación Urbana
de la City de
París por Haussmann, como también la reconstrucción de Hamburgo tras el
incendio del año 1882. Pero éstas eran sólo expresiones superficiales que no
tuvieron resonancia en el problema estructural.
Con mucho mayor claridad aparece el
juego del libre mercado en el desarrollo de Estados Unidos de América, sobre
todo cuando allí faltaban las raíces históricas (con algunas excepciones como
Philadelphia). A esto se agrega el hecho de que "la ciudad" no
contaba aquí con una muy buena imagen. Conocidas son las declaraciones de
Jefferson al respecto, quien veía en el agrario el gran futuro. "Si nos
amontonamos en grandes ciudades como los europeos, nos transformaremos en seres
corruptos, tal como ellos lo son y nos devoraremos unos a otros" (7). Esto no es
un fenómeno casual o excepcional sino una profunda animadversión de los americanos
contra la ciudad, que se percibe hasta muy avanzado nuestro siglo.
A fines del siglo XIX se perciben las
reacciones en Inglaterra y Francia para mejorar las condiciones higiénicas de
la ciudad, a través de normas legales o a través de modelos antagónicos. El
"public Health Act" del año 1848, las ciudades obreras de Saltaire y
Ackroydon; la Cité
ouvriere de Moulhouse (8) se pueden
nombrar en este contexto.
El desarrollo posterior sólo puede ser
tocado aquí en líneas muy gruesas. Importante para su comprensión es el hecho
de que hasta fines del siglo pasado casi no se puede hablar de una
planificación urbana como un área de trabajo homogénea, ni hablar de una
disciplina con sentido científico, más bien, se trata de varias tendencias que
en su reacción a los problemas de la época tienen alguna semejanza, pero que
nacen de motivos y objetivos distintos.
Por un lado la idea de formar la
calidad de los edificios (fuego, estructura, accesibilidad) la higiene y
técnica de calles y de la infraestructura en general (agua, luz, gas,
alcantarillado).
Por otro lado, el
"Engagement" de los reformadores sociales, en camino de transformar
la sociedad a través de la transformación del medio ambiente, bajo un modelo
más bien paternalista que revolucionario.
Por último la participación, el aporte
del arquitecto que quería vencer, superar la fealdad, el desorden, la falta de
espíritu de la ciudad industrial, mediante la belleza y la armonía de las
nuevas construcciones.
Que el arquitecto haya sido nombrado
en último término, obedece a un problema cronológico. En realidad pasaron 13
años hasta la publicación (1889) de una de las obras que habría de marcar un
hito en su época, El urbanismo de acuerdo a sus principios artísticos,
de Camilo Sitte (9). Con él se
inicia un capítulo del urbanismo, donde se le da la importancia formal al
diseño de la ciudad, que había sido muy olvidado.
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